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sábado, 28 de mayo de 2011

Noche de verano

Le esperaba en la cima del risco, nuestro risco, mirando lo profundo del mar. Llevaba esperando cerca de una hora y sabía que era una posibilidad su ausencia. Estaba por dar media vuelta he irme cuando escuche sus pasos subir por la colina.

- Esta noche definitivamente es un poco más cálida que las otras.- Fueron las primeras palabras que le dije.

- ¿Por qué? – Su pregunta me pareció un poco tonta.

- Pues porque ve un poco de tu conflicto. Puedo entender por qué tomaste esa decisión - Le dije mientras volteaba a verlo por fin, después de casi 10 años de ausencia, después de 10 años de sumergida en la soledad - No fue por el hecho de estar esperando algo de mí, es el hecho de que no te pedí que esperaras. Pensé que te tendría toda la vida para mí y no entendí que a pesar de que me amaras tanto tú te cansarías de esperar. Hice mal al presionar; pero ¿qué mujer enamorada no presiona un poco?

Era extraño verlo de nuevo y no sentir nada. Él estaba tan guapo como siempre, se podía ver que había cambiado.

- Quise esperarte y lo logre un tiempo. Pero el tiempo es cómo el mar: hermoso cuando sabes que vas a llegar a puerto y traicionero si te descuidas; puede atrapar tu corazón en una ola llenada de asfixiante soledad y no dejarte ir hasta que te rindas y te lleve en sus brazos.

Sonreí. Era gracioso verlo disculparse por algo de lo que él no tenía la culpa.

- Puede que tengas razón. No debí suponer algo de lo que no estaba segura – Lo mire con ternura.

- No fue sólo tu culpa, también fue mía pues te hice pensar que te pertenecía.

“Pertenecía” Esa palabra sonaba rara cuando sabía que ya había perdido parte de su corazón. Mire por última vez el hermoso mar de una noche de verano, trayendo a mí los recuerdos de esos años a su lado.

- Es mejor que me vaya, -le sonreí al horizonte- ya no tengo nada que hacer aquí.- Me acerque lentamente y le acaricie la mejilla depositando un tierno y dulce beso.

Esa sería mi forma de decirle adiós.

Comencé mi camino de regreso a la soledad. Uno, dos, tres…

- Adiós, siempre te amé.

Esa frase me congelo por un minuto; sonreí, baje la mirada y seguí caminando. Mi vida ya no estaba a tú lado.

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